viernes, 30 de noviembre de 2012

Objetivo (casi) cumplido

Crónica de un día de emociones
Miguel Lorente

Nos parecía que 40 años nos habían hecho olvidar, pero no. Los organizadores prepararon pegatinas con nuestros nombres para identificarnos, pero apenas hicieron falta porque, sorprendentemente, nos reconocíamos. Era extraño, no nos lo podíamos creer, parecía que, de pronto, se habían borrado de nuestra existencia los últimos 40 años. Se confirmaban las investigaciones realizadas en la Universidad de California Irving al descubrir que cuando se recuerda un evento, la actividad del cerebro es similar a la que se registra cuando se vive por primera vez, lo que llevó a asegurar a los investigadores que los recuerdos persisten en nuestro cerebro, incluso cuando ya se han olvidado. La clave de este proceso está en conseguir desempolvar los recuerdos.
La cita era de 11:30 a 12 horas, pero a las 11 ya estábamos casi todos, incluso los que habían venido de Madrid, Murcia, Cuenca o Zaragoza. Como contó Mercedes García, sentíamos una sensación de intranquilidad similar a la que vivimos cuando fuimos por primera vez a la Escuela sin conocer a nadie. Sin embargo esa intranquilidad se desvaneció inmediatamente. Volver a ver a Laura y a Soria con las mismas sonrisas y la esbeltez de siempre, a Castiñeiras con esa mirada que desprende sosiego y empatía, a Alcázar con su aspecto socarrón y tierno aunque juegue a parecer un tipo duro e indiferente, a Borrás compañero de viaje por la meseta castellana aquel frío invierno del 72, a Lloria, a Fuertes, a Cano, … a tantos, aquella vuelta nos transformaba. Sentíamos como si nos faltaran brazos para abrazar, tiempo para saludar, o espacio en el cerebro para recordar.
Estaba previsto entrar en el salón de actos a las 12 pero no había modo de disgregar los grupos. Queríamos vivir sensaciones olvidadas y, absortos por las emociones, éramos ajenos al programa de la organización. Empezamos tarde, algunos intuitivamente se colocaron en la última fila, en ese lugar donde se puede dormir o gastar bromas sin ser vistos por el que ocupa el estrado, como hacían de estudiantes. Comentamos los motivos y entresijos de la búsqueda, recordamos, nos reímos y, lo mejor de todo, nuestros ojos irradiaban felicidad. Hicimos el compromiso de publicar todas las fotos de juventud y recuperar la orla que no tuvimos, recordando ¡una vez más! que los que aún no las han enviado lo hagan ya.
Después vino la foto de familia de los 60 asistentes, con 60 y alguno más, arropando a Gloria Palomares y a Vicente Caballer. Badía llegó tarde y  habrá que meterlo en el grupo con photoshop porque no quiere perderse este testimonio histórico. Seguidamente el aperitivo preparado por los organizadores con el mayor cariño posible, igual que la comida, los corrillos, las anécdotas, las aventuras, los recuerdos. Llegó el arros amb fesols i naps, las fotos, las viejas canciones transgresoras de los maños al ritmo de la guitarra de Fuertes que de tanto oírselas casi se convirtieron en himnos festivos de la promoción, el “republicano” Berzosa feliz con el rey y los aceituneros altivos de su Jaén. A ratos surgía la vida cotidiana con sus cornadas contadas en intimidad como un desahogo: el fallecimiento de quien te ha acompañado en la vida que te deja descolocado, ese maldito cáncer que te hace ver la vida de otra manera, la pérdida de un hijo imposible de superar, … pero sólo era un lapso entre el deseo de vivir la vida aferrados a los mejores recuerdos.
Pasan las horas y empiezan las despedidas con un sentimiento contradictorio porque se mezcla la felicidad del encuentro con la tristeza del adiós, aunque siempre con el propósito de repetir la experiencia sin esperar otros 40 años. Hasta el marido de Laura y la mujer de Saiz Malla que han soportado estoicos un encuentro que no va con ellos, se sienten felices, tal vez porque ven felices a sus respectivos. Algunos hace una hora que se despiden sin irse. Mientras, los organizadores recogen. Pasadas las 19:30 nos vamos los últimos pero unos cuantos seguimos en el hotel, nos vamos a cenar a un restaurante bajo un televisor que transmite la derrota del Valencia y después la del Madrid sin enterarnos. Cuando nos despedimos a la una, a Carrasco y a Castiñeiras aún les parece que hay que exprimir más el día y continúan. Por la mañana quedamos para desayunar juntos. Viene López Algaba con las fotos y seguimos hablando, hasta que llega la hora del AVE a Madrid en el que se van los que han venido de allí. Abrazos emocionados con el propósito de volvernos a ver pronto.
De regreso a Zaragoza el cerebro me lleva intuitivamente al Paseo de Valencia al Mar. Frente a la vieja facultad de Filosofía freno el coche y miro a mi izquierda con añoranza. Quien me acompaña en la vida me mira y dice: ¡Qué bien lo tuvisteis que pasar! No digo nada, un nudo me obstruye la garganta y me pongo las gafas oscuras. En silencio arranco el coche.
PD
Con las emociones de la jornada me trasladé a los años 69-72 y me pasó desapercibido el presente, sin valorar suficientemente el trabajo que habían hecho nuestros compañeros organizadores. Ahora, bajado parcialmente de la luna de Valencia, veo las cosas más claras y rindo tributo a estos amigos recuperados. Gracias Vicente, Luís, Miguel, Conchita, Charo, Mari Carmen, Lola y Carmina. Sois fenomenales. Y ellas, además, guapísimas ¿qué pacto habéis hecho con el diablo?


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